septiembre 30, 2008

Lánguido post detrás de los barrotes

Está bien, puedo llegar a admitir que cuando di testimonio ante el grupo de autoayuda de Amas de Casa Acosadas por la Lavandina quizá me excedí un poco, pero puedo alegar en mi descargo un claro caso de "estado de desinfección violenta" porque ese casi nirvana cloral que se alcanza en cada reunión no deja mucho margen para el raciocinio a lo Bucay, ¿no? Pero no voy a admitir que la Yolanda Peterson se haya ahorcado con la manguera del lavarropas (cabe destacar que el destacado perito centrífugo, Sr. Luis Ayohuma de Yelmo, no logró demostrar en su exposición cómo esa manguera repodrida logró aguantar los 134 kilos a la sombra de la Yolanda) por causa de mi exposición en la conferencia del grupo. Ya lo dije, puedo admitir un exceso porque no debí contar, en ese estado de iluminación, aquella anécdota que vivimos junto a mi amiga Viyela Borravino en las balconadas de Talparacuá, cuando conocimos al señor Irineo Alloudín y Él en persona, y no otro, nos contó en una noche de brandy, manises y jolgorio declamativo, cómo alumbró la lavandina, motivo de lucha, rechazo, amor y odio de las masas.

Entiendo que todas las chirusas murieron de envidia ipso facto y nunca se pudieron tragar semejante mandarina retórica y semejante vivencia mundana que reíte del Marley y la Susana viajando por la China.

Pero de ahí, Sr. Juez, a considerarme culpable por parte de madre del suicidio a lo laverrap de la Yolanda, hay una distancia como de acá al prepucio de Brad Pitt. Yo, lo que es yo, me declaro más inocente que Heidi cenando trufas con Lassie. Le juro que no fui ni ahí. Y si no me suelta le aseguro que todos mis lectores blogueros van a juntar firmas y flemas y le van a encajar un juicio político que, al lado suyo, Chabán va a parecer el San Juan Bautista cuando aún tenía la cabeza puesta.

Notifíquese, archívese, centrifuguesé y suelteme de una vez. Será justicia.

O algo.